Borrado
  • 15 de agosto de 2020


Lisboa nos ofreció otra vez la cara de Messi que nunca queremos ver. Ausente, desapercibido, sin compromiso, deambulando por la cancha, sin influencia en el juego. La paliza del Bayern obliga a un antes y después del 2-8.



Otra vez mordí el anzuelo. Creí, confié y soñé, que el Messi del sábado en el Camp Nou con el Napoli, jugador esplendoroso, determinante, todopoderoso, casi un extraterrestre, iba a aparecer en esa dimensión ante el Múnich para que el Barsa salga ganador. Otra vez me equivoqué, y me desilusioné, nuestra historia eterna con Lionel Messi, lo que añoramos que sea en la Selección Argentina, y lo que verdaderamente resultó ser. 
No es la primera vez que ocurre. Pasó en Ciudad del Cabo, en el Maracaná, en Santiago, en Nueva Jersey, en Rusia, pero lo extraño y dramático a la vez, es que ahora Leo tiene estas borradas descomunales también en el Barcelona, su casa, donde está arropado, nadie lo discute, es ídolo absoluto, tiene a su amigo Suarez,  fuimos testigos de Roma, de Liverpool, y también de esta paliza inolvidable de los alemanes en esta Champions atípica de Portugal, todas ellas con borradas espirituales de Messi y fracasos apoteóticos del Barcelona. Quizás  el Barsa tenga que agradecer que no fue una serie de 180 minutos, en la qué tal vez la humillación hubiese sido aún mayor. Crédito para el Bayern, que sin Pep, fue una máquina perfecta de jugar, correr, tocar, presionar, hizo todos los mandamientos de un gran equipo de fútbol, dicho sea de paso, que difícil ganarle a los alemanes por Dios, que laburo para Scaloni.
Hay que aceptar de una vez por todas, para no desencantarnos más, que en Lionel Messi conviven dos personalidades, por un lado la del Messias, que en sus noches inspiradas e inolvidables, la mayoría con la camiseta del Barcelona, lo convierten en un futbolista-fenómeno récord, seis veces ganador del balón de oro, uno de los mejores de la historia del juego, solo debajo de Maradona y Pele. Sin embargo a veces, aparece el otro Leo, el de un carácter fantasmal, ausente en las grandes citas, que no logra rebelarse dentro de la cancha, que parece que todo le da lo mismo, el que se raja contra la raya derecha del campo de juego esperando que el martirio acabe para irse a su casa. Este último es el Messi que vimos ayer en Portugal, la noche que el Barcelona pareció un equipo chico pidiéndole por favor al Bayern piedad para que no le siga haciendo goles.
Esta historia continuará .....

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